En el mar hay cocodrilos by Fabio Geda

En el mar hay cocodrilos by Fabio Geda

autor:Fabio Geda
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788416588671
editor: 2018
publicado: 2018-04-03T04:00:00+00:00


Turquía

Aclaremos ahora en qué punto me encontraba en el tiempo y en la historia. Estaba en un punto de no retorno, como decís vosotros —porque nosotros no lo decimos, o por lo menos yo nunca lo he oído decir—, estaba en un punto de no retorno hasta tal punto (y punto) que incluso los recuerdos habían dejado de volver, y había días enteros, y semanas, que ni pensaba en mi aldea de la provincia de Ghazni, ni en mi madre, mi hermano y mi hermana, como hacía al principio, cuando su imagen era un tatuaje en mis ojos, día y noche.

Desde el día en que me fui habían pasado más o menos cuatro años y medio: un año y algunos meses en Pakistán y tres años en Irán; pero esto por ajustar las cuentas «a peso corrido», como dice una señora que vende cebollas en el mercado que hay cerca de la casa donde vivo ahora.

Andaba por los catorce y quizá, bueno, superaba ya mis primeros catorce años, cuando decidí que me iba de Irán: estaba hasta la coronilla de aquella vida.

Sufi y yo, después de la segunda repatriación, habíamos vuelto, pero él dejó Qom pocos días después, porque, según su opinión, se había convertido en una ciudad demasiado peligrosa, así que encontró trabajo en Teherán, en una obra. Yo no. Yo decidí quedarme a trabajar un tiempo en la misma fábrica de piedras, trabajar mucho y no gastar ni una moneda, pensando en ahorrar lo suficiente para pagarme el viaje a Turquía. Pero ¿cuánto costaba ir a Turquía? Llegar, sobre todo, que es lo más importante (de irse son capaces todos): ¿cuánto tendría que gastarme? Para saber las cosas a veces sirve preguntar: les pregunté a algunos amigos de confianza.

Setecientos mil tomanes.

¿Setecientos mil tomanes?

Sí, Enaiat.

Son diez meses de trabajo, le dije a Wahid, que una vez había pensado en irse y luego no se había ido. Mi sueldo en la fábrica era de setenta mil tomanes al mes. Son diez meses sin gastar ni una monedilla, dije.

Asintió, pescando con la cuchara en el potaje de garbanzos, soplándolo para no quemarse la lengua. También yo metí la cuchara. Minúsculas semillas negras flotaban desperdigadas en la superficie grasienta junto con migajas de pan; primero las aparté con la punta de la cuchara creando remolinos y corrientes, luego las recogí, me las tragué y acabé la comida bebiendo directamente de la taza.



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